domingo, 23 de abril de 2017

ESTA NOCHE EN SAMARKANDA

Una mañana, el califa de una gran ciudad vio que su visir se presentaba ante él en un estado de gran agitación. Le preguntó por la razón de aquella aparente inquietud y el visir le dijo:
- Te lo suplico, deja que me vaya de la ciudad hoy mismo.
- ¿Por qué? 
- Esta mañana al cruzar la plaza para venir a palacio,he notado un golpe en el hombro, me he vuelto y he visto a la muerte mirándome fijamente. 
- ¿La muerte? 
- Sí, la muerte. La he reconocido, toda vestida de negro con un chal rojo. Allí estaba y me miraba para asustarme, porque me busca, ¡estoy seguro! Deja que me vaya de la ciudad ahora mismo, cogeré mi caballo y esta noche puedo llegar a Samarkanda. 
- ¿De verdad que era la muerte? ¿Estás seguro? 
- Totalmente, la he visto como te estoy viendo a ti. Deja que me vaya, te lo ruego.
El califa, que sentía un gran afecto por su visir, lo dejó partir. El hombre regresó a su morada, ensilló el mejor de sus caballos y, en dirección a Samarkanda, atravesó al galope una de las puertas de la ciudad.

Un instante después el califa, a quien atormentaba el pensamiento secreto, decidió disfrazarse, como solía hacerlo a veces, y salir de su palacio. Solo, fue hasta la gran plaza, rodeado de los ruidos del mercado, buscó a la muerte con la mirada y la vio, la reconoció. El visir no se había equivocado lo más mínimo, era tal como él la describiera, alta y delgada,vestida de negro, con el rostro medio cubierto con un chal rojo. Iba por el mercado de grupo en grupo sin que nadie se fijase en ella, rozando con el dedo el rostro de un hombre que preparaba su puesto, o tocando el brazo de una mujer cargada de menta, esquivando a un niño que corría hacia ella. 

El califa se dirigió hacia la muerte. Esta, a pesar del disfraz, lo reconoció al instante y se inclinó en señal de respeto.
-Tengo que hacerte una pregunta -le dijo el califa en voz baja.
- Te escucho -respondió la muerte. 
- Mi primer visir es todavía un hombre joven, saludable, eficaz y probablemente honrado. Entonces ¿por qué esta mañana cuando él venía a palacio, lo has tocado y asustado? ¿Por qué lo has mirado con aire amenazante? 

La muerte lo miró ligeramente sorprendida y contestó al califa:
- No quería asustarlo. No lo he mirado con aire amenazante. Sencillamente, cuando por casualidad hemos chocado y lo he reconocido, no he podido ocultar mi sorpresa, que él ha debido tomar como una amenaza.
- ¿Por qué sorpresa? -preguntó el califa. 
- Porque -contestó la muerte- no esperaba verlo aquí. Tengo una cita con él esta noche en Samarkanda.


JEAN-CLAUDE CARRIÈRE

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