Había una vez un niño al que le encantaban los
cuentos, pero sólo le gustaba que se los contaran. Se guardaba cuidadosamente
en la memoria cada cuento que oía. Este niño era el hijo único de una familia
rica que hacía que todos los días hubiera alguien que le contara un cuento
nuevo para que continuara siendo feliz. Sus padres murieron, pero el criado que
se hizo cargo de él tras el fallecimiento de sus progenitores, siguió la
tradición del cuento diario.
En un rincón de su habitación, el niño tenía una
vieja bolsa de cuero atada con un cordón. Cada vez que le contaban un cuento
nuevo al niño, el alma del cuento se quedaba encerrada en la bolsa debido a la
obstinación del niño a no querer contar ningún cuento a nadie. Había tantas
almas juntas que ya no podían respirar.
Cuando cumplió quince años, su tío le
comprometió con la hija de otra familia rica. La víspera de la boda, el chico
iba a salir con sus amigos a divertirse, mientras que el criado decidió
encender la chimenea de su habitación para que estuviera calentita cuando
llegara.
De repente, oyó unos murmullos y se asustó porque no sabía de dónde venían.
De repente, oyó unos murmullos y se asustó porque no sabía de dónde venían.
Se oía:
-Parece que se casa- decía una voz.
-Pues sí, eso parece. Parece mentira, y aquí nos
tiene a nosotros, medio ahogados y le da igual.- decía otra.
-¡Nos deberíamos vengar de él!
-Pero, ¿cómo?
El criado estaba muy desconcertado, ya que
estaba oyendo una conversación y no conseguía adivinar de dónde llegaba. Se
fijó en que la bolsa de cuero estaba inflada y se movía. Le asustó mucho lo que
estaba oyendo, ¡hablaban sobre su amo!
-Eso estaría muy bien. De todas formas,
deberíamos pensar en otra cosa por si no tuviera sed en todo el viaje, ¿no?
Se
me ocurre algo: yo seré un campo de fresas deliciosas que estará situado un
poco más allá del pozo. Si come una fresa, morirá.
-Por si no quisiera beber
agua, ni comer fresas, he pensado en una tercera forma de venganza. Yo seré un
saco de arroz. El chico lo usará para poder subir al caballo. Si lo toca,
morirá.
-Vale, todo eso está muy bien. Pero yo temo que
no caerá en ninguna de esas trampas. Lo que yo seré es una serpiente venenosa,
cuando esté dormido junto a su esposa, saldré de mi escondite, le morderé y
morirá.
El criado decidió no decir nada al chico. Llegó
el día de la ceremonia, y el chico estaba de camino a casa de su amada. Había
dos caballos preparados, uno para el novio, y otro para el tío del novio. Cada
caballo iría guiado por un lacayo y el criado rogó y rogó para que le
permitieran guiar el del novio, para así poder defenderlo de todo lo que
hiciera falta.
Cuando llevaban cinco minutos de camino, el novio exclamó:
Cuando llevaban cinco minutos de camino, el novio exclamó:
-Ay, qué sed tengo, ¿podríamos parar un poquito
para que me tomara un vaso de agua de aquel pozo?
-¡Ni hablar! Vamos a llegar muy tarde, no
podemos perder ni un minuto más.
El criado pensó que, por lo menos, había
conseguido que no cayera en la primera trampa. Se sentía aliviado. Un rato
después, vieron un campo lleno de fresas con una pinta deliciosa, el novio
quería comerse unas antes de llegar a la ceremonia, pero el criado le dijo que
habría fresas mejores en el banquete.
El tío del chico estaba enfadadísimo. No le
había gustado nada que se hubiera portado así con ellos, le dijo que se
encargaría de que lo castigaran como se merecía. Cuando llegaron a la casa de
la novia, el criado paró el caballo y cuando el novio estaba a punto de poner
su pie sobre un saco de granos de arroz, le pegó una patada y todos se
enfadaron muchísimo con él.
La boda fue maravillosa. Todos lo pasaron muy
bien, comieron y bebieron abundantemente. El criado no le quitó los ojos de
encima, no quería que su amo pasara por ninguna situación peligrosa. Cuando llegó
la hora de acostarse, los novios fueron a su habitación y, casi al segundo,
llegó el criado. Los novios se quedaron muy sorprendidos, el criado se tiró al
suelo y mató a una serpiente venenosa que estaba en su habitación.
Ya había llegado el momento de contar a todos
qué es lo que había pasado. En lugar de enfadarse, todos felicitaron al criado
por su fidelidad. El chico aprendió la lección, a partir de entonces, empezó a
contar los cuentos que él mismo oía. En cuanto llegó a casa, cogió la bolsa, soltó
el cordón y la quemó.
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